martes, 15 de febrero de 2011

De hombres.

Existieron los hombres
que sólo tenían miedo

            a la soledad diurna,
            a la frialdad de las noches,

al repicar insonoro
de las magnolias tenues de la aurora,
al despertar abrupto
en la cama vacía
impregnada de olor
y de recuerdos.

Existieron hombres, también,
hoy ya curtidos,
que supieron impregnar ellos de olor camas ajenas,
que supieron dañar donde más duele,
que supieron llorar con lágrimas de estaño,
            bronces de wolframio,
metales pulidos
que desgarraron prendas de creyentes.

Existieron hombres,
tal vez;
como existen ahora.

Pero yo ya aprendí

            –quién sabe si la suerte,
            o el clamor de lo ajeno,
            o la revolución o la alegría–

que no existen más hombres
que los que quieren ser
cuando están a tu lado, 
y que el ver más allá
            sólo hace daño
y que el no querer ver
            es ignorancia...

         Y que tonta hay que ser
para no ver en ellos
lo que en el fondo son
aunque no quieran…

Seres de carne y hueso
con impulsos de seda
y corazón de cuero
a los que el amor suave

            -de luna, de coche, de cama, de esquina-

les hace recordar
            como te lo hace a ti
que estamos todos vivos,
y que todos sentimos;
            y que pasiones de amor
todos podemos crear en una noche...

para luego olvidarlas.